CUENTOS Y LEYENDAS


-CLAUDIA Y LA MAGIA DE LOS BOLOS

-LA LEYEYENDA DEL CRISTO DE BIELVA-EL ZURDO DE BIELVA



CLAUDIA Y LA MAGIA DE LOS BOLOS


 

 

Claudia y la magia de los bolos

Bielva, a 9 de septiembre de 2023

 

Para ver cómo surgió este cuento que hoy tenemos el gusto de presentar, Claudia y la magia de los bolos, nos tenemos que remontar unos cuantos años atrás. Cuando mi hija cumplió tres o cuatro años le escribí un pequeño cuento de apenas dos o tres páginas que quedó un poco circunscrito a esa celebración para la que fue escrito. El caso es que pasado un tiempo, más de veinticinco años, esa pequeña historia fue creciendo y adaptándose a un mundo al que me siento muy unido desde niño, el de los bolos.

En un sitio como este, como el pueblo de Bielva, cuyo nombre se asocia de inmediato a los bolos, no quisiera dejar de hacer una pequeña introducción antes de hablar del cuento. Por un lado se asocia al mundo bolístico a través del mítico Zurdo de Bielva y, por otro, a través del impulso que las mujeres supieron dar a los bolos en femenino.

Este año se han cumplido 400 años de la primera referencia histórica escrita a los bolos que hay en nuestra tierra y, curiosamente, hace referencia a eso, a esa asociación entre la mujer y los bolos. Yo creo que si hay un sitio en el que merece la pena ser contada esta historia es aquí, en Bielva, donde se formó el equipo femenino que, hasta este año, ha participado en todas las ligas, desde la primera, y que todos esperamos que, tras esta pequeña interrupción, retorne a ella. De esa primera liga femenina que se jugó en 1997 y en la que junto a la del Zurdo de Bielva participaron otras cinco peñas han pasado ya algo más de veinticinco años.

Contemos bien esa historia que une bolos y mujer desde la antigüedad, una historia que, fruto de la casualidad, descubrí hace tres años y que yo creo merece la pena ser contada.

Yo estaba tomando notas para mi próximo libro, una biografía sobre el conde de Villamediana, uno de los grandes poetas del siglo de oro con una vida de lo más azarosa y novelesca, un hombre que era jugador, pendenciero, mujeriego y crítico con el poder, lo que hizo que, con cuarenta años muriera asesinado por, como se dijo, impulso real. En fin, en octubre presentaré este libro y con ese motivo espero volver por aquí.

El caso es que el conde, al morir, dejó una gran colección de arte que salió en subasta pública y fue adquirida por el príncipe de Gales, el futuro Carlos I de Inglaterra, hijo de Jacobo II. Al investigar el viaje en el que adquirió estas obras me topé con esta referencia escrita que era unos años anterior a la que se creía más antigua. Bien, veamos cómo ocurrió.

El príncipe de Gales sale de Inglaterra con una misión muy clara, comprometerse con una infanta española. Para ello, atraviesa media Europa a caballo, de incógnito y acompañado tan solo por el duque de Buckingham y dos criados. Llegará a la corte madrileña el 17 de marzo de 1623.

El joven pretendiente pululaba por la corte madrileña cortejando a la infanta María, hermana pequeña del rey Felipe IV de Austria con el fin de establecer una alianza entre ambas coronas. Hasta el 9 de septiembre permanecerá en Madrid y pese a su insistencia a lo largo de esos seis meses se irá recibiendo unas sonoras calabazas, muy probablemente derivadas de las cuestiones religiosas que enfrentaban a ambos países. Eso sí, se fue con una importante colección de obras de arte. Ahora bien, al mes de su llegada a Madrid ocurrió un hecho que marcará la historia de los bolos.

Corría el día 18 del mes de abril del año 1623 cuando los santanderinos se acercaron a los muelles al divisar la llegada de un navío extranjero, un navío de la Armada Real inglesa llamado El Aventurero. En él habría de viajar un caballero, sir Richard Wynn, perteneciente a la Cámara Privada del príncipe de Gales. Era un hombre culto, que hablaba latín y que se convirtió en cronista, escribiendo un diario de viajes que tituló Relación de la jornada de los servidores del príncipe Carlos en España el año de 1623. Será publicada por Thomas Hearne en 1729.

La llegada del barco con un pequeño séquito a Santander no era casual, venían a acompañar al príncipe Carlos que, como vimos, ya llevaba un mes en Madrid.

En la relación escrita de este noble y culto inglés se halla la primera referencia escrita al juego de los bolos, siendo esta cuatro años más antigua que la que hasta ahora se entendía como tal, que era del año 1627 y en la que se reflejaba, por bando de la alcaldía, la prohibición de jugar a los bolos en plena calle so pena de 200 maravedíes. Al poner este descubrimiento en conocimiento de mi buen amigo, excelente escritor y cronista bolístico, así como verdadero sabio en la materia, José Ángel Hoyos, este inmediatamente se dio cuenta de la importancia del hallazgo.

De esta manera, esta historia, bien de amor frustrado o bien de intereses políticos fallidos, entre el príncipe inglés y la infanta española fue la que me llevó al relato de sir Richard Wynn y a la exacta alusión al juego de los bolos en Santander.

En sus páginas, sorprendentemente afirma que este juego tan solo lo practicaban las mujeres. Para determinar la fecha del escrito, yo la sitúo entre el 26 de abril y el 2 de mayo, concretamente la ubico un 30 de abril, domingo, ya que en sus páginas enclava este juego explicando cómo se emplea el tiempo en este lugar el día del Señor. Es el único domingo que está en Santander, pues el martes 2 de mayo parte a la corte. Por orden del príncipe regresarán a Santander para embarcar en El Aventurero. Estará a la espera de vientos favorables tres días del 27 al 30 de mayo.

La traducción exacta de la alusión a los bolos de Sir Richard Wynn, realizada por mi hija, que es doctora en Lengua y Literatura y profesora en la Universidad de Chicago, es la siguiente:

Algunas mujeres bailan y la música con la que lo hacen no es otra que sus propias voces, utilizando a veces algo como un pequeño tambor que hacen sonar con sus dedos. Se dan las manos en un círculo y caminan alrededor sin que haya ninguna otra variedad, todas cantando y nosotros mirando de pie hasta cansarnos. Sus mujeres, de la misma manera, practican un ejercicio muy conocido en Inglaterra que es colocar los bolos y tirar la bola hacia ellos. Esto solamente lo hacen las mujeres.

Como vemos, el cronista inglés describe muy bien los cantos con la pandereta, previos al juego de los bolos, así como la pasividad de los hombres, que tan solo miran y pasean tranquilos y ociosos. Además, refiere el acontecimiento enmarcado en un día especial de fiesta, el día del Señor. Es muy minucioso en la descripción.

No cabe la menor duda de la veracidad del relato de sir Richard Wynn, en el que denomina a los bolos con la palabra Ninepinns, como se conoce al juego en su tierra natal. Esto no puede sorprender a nadie, ya que es de sentido común pensar que si un viajero español del siglo XVII, que no supiera una sola palabra de inglés, hubiera visto jugar en Londres a los Ninepinns, sin lugar a dudas hubiera escrito que les había visto jugar a los bolos. Para mayor redundancia, diremos que la traducción que hace de la citada palabra el diccionario Inglés-Español de Cambridge es bolos.

En cualquier caso, como queda demostrado, los bolos no es que no sea solo cosa de hombres sino que es, y la historia así lo corrobora, un deporte también de mujeres.

De un deporte tan nuestro y antiguo como los bolos, ya se habla, en alguna de sus modalidades, en obras de Cervantes como el Quijote o El coloquio de los perros; así que con estos antecedentes tan ilustres cómo no han de sobrevivir nuestros bolos a los avatares de estos tiempos que nos sobrevuelan, un tanto turbulentos y cambiantes pero en los que los bolos, como ha sido siempre, han logrado salir airosos.

Vamos a recordar una de las citas cervantinas dejando constancia de lo arraigados que estaban los juegos de bolos entre las clases más populares. Cuando, como gobernador de la ínsula de Barataria, intentan hacer ver a Sancho Panza las bondades de la caza mayor, éste contesta sin pelos en la lengua:

La caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores; en lo que yo pienso entretenerme es en jugar al triunfo envidado las pascuas y los bolos los domingos y fiestas.

Siempre me gusta hablar de la importancia de la educación en valores asociada a nuestro juego. No es nada nuevo, algo así ya lo hizo hace quinientos años el humanista valenciano Juan Luis Vives. En su obra Tradentis Disciplinis, no dudó en incluir el juego de los bolos en su programa educativo. Este pasaje se transcribe en el cuento por boca de David, el monitor de bolos de la Escuela a la que acude Claudia con tanta ilusión. El caso es que el programa de actividades de este humanista contenía largas marchas, carreras, luchas y abatidas, juegos de pelota y bolos.

 Los bolos en nuestro entorno social han sido además, durante siglos, un factor de cohesión social imprescindible y, por otro lado, hoy en día son y deben de ser un claro distintivo de identidad de nuestra comunidad. Eso hace de ellos algo consustancial a nuestra esencia, a nuestra raíz, algo que ya forma parte de nuestra personalidad más arraigada y profunda.

Tenemos la gran suerte de que así lo han entendido y lo entienden también nuestras instituciones, todas ellas, por lo que, desde el mundo de los bolos estamos muy agradecidos por contar con este respaldo constante. Lo cierto y la verdad, y así hay que decirlo, es que siempre nos hemos sentido muy apoyados en todos los sentidos por ellas, pues siempre han entendido que los bolos son mucho más que un deporte unido a la tradición, constituyen una raíz cultural e identitaria que nos define como comunidad.

Si la historia, como decía Cicerón, es testigo de los tiempos, antorcha de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y mensajera de la antigüedad, sin el menor atisbo de vacilación podemos afirmar que los bolos llevan llenando las páginas de nuestra historia desde una edad que se nos pierde en la memoria de los siglos.

Claudia, la protagonista del cuento, tiene un sueño que ha sido común al de muchos de nosotros, al de muchos chavales de todas las épocas y de todos los pueblos de Cantabria, un sueño que nos acercaba a tocar el cielo, el sueño de llegar a ser grandes jugadores de bolos.

Como tantos niños de nuestra tierra, cuando apenas balbuceábamos unas palabras, ya teníamos, incrustado en el alma, el sonido de unas bolas impactando contra el tablón. Pareciera que hubiéramos venido al mundo con la impronta del juego de los bolos adherido a nuestro llanto.

Aquellos niños habíamos crecido escuchando el batir violento y acelerado de una bola que se cuela entre las calles de unos bolos recién plantados para impactar contra la madera del tablón. De alguna manera, muchos niños fuimos los que nos hicimos hombres al calor del sonido de un corro de bolos.

La historia de los últimos dos siglos de Cantabria, sino más, se puede escribir en la tierra y la arena de una bolera, tanto su historia deportiva como su crónica sentimental y literaria, la que pervive y habita en esos sueños de infancia que nos asaltaban y que nos identificaban como miembros de una comunidad única, en la que muchas de nuestras vivencias van asociadas a esos sueños infantiles. Y son ellos, los niños que fuimos, los niños que son, los que han mantenido esa llama viva, la que hace que cualquiera asocie e identifique esta tierra nuestra a una pasión y a una cultura, la de los bolos.

Un deporte como los bolos, tan ligado a nuestras entrañas, ha de seguir teniendo presencia en una sociedad cada vez más abocada a la uniformidad, a distanciarse de aquello que la hace singular y única. Y eso es un gran error porque esas singularidades son precisamente las que nos definen e identifican; esas particularidades no son, ni más ni menos, que la cultura y las tradiciones de todo un pueblo. Y los bolos son una parte irrenunciable de esa cultura. Por ello, todos debemos contribuir a mantener ese legado, esa conciencia colectiva viva e intacta. Para qué, para reconocernos en ella y para no dilapidar la herencia cultural de los que nos precedieron.

La diversidad cultural constituye en sí misma una riqueza que debemos contribuir a preservar; una comunidad pequeña y con recursos muy limitados como la nuestra corre un serio riesgo de invisibilidad y olvido con los cambios generacionales. De ahí la gran importancia de mantener vivas las tradiciones y la cultura que hemos recibido de nuestros antepasados.

Los bolos deben seguir ejerciendo, en esta tierra, de nexo entre generaciones, deben seguir siendo ese deporte que nos hizo más felices y que contribuyó a que tuviéramos una visión más hedonista y lúdica de la vida.

En fin, hagamos lo posible para que ese sueño común perviva y, desde este cuento esperamos contribuir modestamente a que así sea.

Claudia y la magia de los bolos es un libro pensado para disfrutar en familia, un cuento que espero guste tanto a los niños, como a sus abuelos y a sus padres. Seguro que al leerlo, todos ellos, a pesar de la diferencia de edad, por ese encanto de la escritura, que es capaz de trasladarnos a otros mundos y a otras épocas, y por la magia de la lectura compartida, se sentirán unidos en esta fantástica aventura. Como comprobaréis, en ella siempre flota la magia de los bolos a través de los ojos inocentes de una niña que vive con pasión ese amor que siente por ellos.

En el desarrollo de la historia, fantástica pero que con el milagro de la literatura se hace verosímil, se resaltan presupuestos universales que un deporte como los bolos fomenta en la formación de los más pequeños, destaca valores como el respeto, el esfuerzo, la igualdad, así como otros tan importantes como la solidaridad, el trabajo en equipo y la buena educación. Y algo esencial también, nos enseña a no prejuzgar a las personas por su apariencia o por sus diferencias.

Como veréis Claudia, la protagonista del cuento irá aprendiendo todas estas cosas a través de la increíble aventura que vivirá y que no os desvelo. Solo os diré que es una aventura apasionante y llena de magia, una magia que espero se pueda trasladar a todos aquellos que se acerquen a estas páginas en las que una niña de apenas siete años reivindica su lugar en el mundo a través de los sueños, unos sueños que, con esfuerzo, dedicación, entusiasmo y trabajo se pueden hacer realidad. Es la historia de una niña con muchos sueños, uno de ellos es el de poder llegar a ser algún día campeona de bolos de Cantabria.

Al fin, esta es la historia de Claudia y la magia de los bolos.

 

 




LA LEYEYENDA DEL CRISTO DE BIELVA                                    EL ZURDO DE BIELVA


-LA LEYENDA DEL CRISTO DE BIELVA

-EL ZURDO DE BIELVA

 

La leyenda que se cierne en torno al Cristo de Bielva, de no haber sido cierta, bien merecería la pena que lo hubiera sido. Más allá de estas consideraciones, ésta pervive en la memoria y en los pasos de cuantos creyeron en ella. 

 

La vida y las hazañas del Zurdo de Bielva le han convertido en un mito del mundo bolístico.

 


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