Poesía


-UNA MIRADA A ESTE TIEMPO NUESTRO                               -EL SEDAL DEL OLVIDO                                                       -PENSAMIENTO, PALABRA Y POESÍA                                     -CUADERNOS DE HUMO 33-ESTE TIEMPO NUESTRO                 -POEMAS


Una mirada a este tiempo nuestro (2021)


El quiosco de la esquina


Una mirada a este tiempo nuestro (2021)


Presentación en el Ateneo de Santander de Una mirada a este tiempo nuestro



 

TRISTEZA

Te vas yendo en tu nombre,

tan lejos que sellas mis labios

a las palabras que tan solo escribo

con el eco del silencio.

En el desconcierto de la pena,

en tu amor me envuelvo.

Me pierdo

en la interna tristeza de la nostalgia

de su alegría.

 

En su recuerdo.



Ateneo de Santander: Hilario Barrero y José Luis García Martín


Fotos de las presentaciones


Prensa y Crítica


Reseña de Carlos Alcorta (El Cuaderno)

Juan Francisco Quevedo ―nacido en México en 1959― es un autor que ha sabido exprimir las enseñanzas que brinda el paso del tiempo para ofrecer al público lector un fruto, permítanme la metáfora hortofrutícola, en el punto justo de su maduración. Aunque lleva escribiendo desde su juventud, nunca ha sufrido la ansiedad, la urgencia por ver sus textos impresos. Ha sabido esperar el momento justo y, a partir de ahí, nos ha ido filtrando con meticulosa regularidad el resultado de los largos años de aprendizaje.

Un breve recorrido por su obra literaria ilustra este itinerario, en el que no mencionamos las colaboraciones en libros colectivos: las novelas Ana en el mes de julio (2014) y Querida princesa (2016), el libro de poemas El sedal del olvido (2017) y otros títulos misceláneos como José Simón Cabarga: una biografía (2018), Pensamiento, palabra y poesía (2018), Cincuenta años de la Peña Bolística Riotuerto: una historia que contar (2019) o Pedro Sobrado: vida y obra (2020). Y es que todo poeta, como bien sabe nuestro autor, necesita de ese aprendizaje y del dominio técnico para acertar con la forma justa y con la estructura orgánica adecuada al tipo de creación que se proponga realizar. Pero cada idea necesita un aliento diferente. De ahí viene la alternancia, en su caso, entre la prosa ―en forma de novela, de ensayo― y el verso ―en formas clásicas como el soneto o el haiku, o verso libre―. Y es que, como sabemos, la capacidad creadora de un artista no se desarrolla en compartimentos estancos: todo lo contrario, sus diferentes expresiones están mutuamente relacionadas, son deudoras unas de otras y se enriquecen entre sí. Las exigencias de la poesía, y de esto no todo el mundo es consciente, no son las mismas que las de la narrativa. Por esa razón es necesario trabajar de acuerdo a los patrones normativos de cada género. Es un error manifiesto, aunque Quevedo lo ha eludido, escribir una novela con los presupuestos del poeta, tendente este generalmente, más que a narrar, a ornamentar con recursos propios de la poesía la narración.

La poesía es quizá el instrumento más adecuado para expresar los sentimientos personales. Gracias a las palabras del poema, el autor penetra en los estratos más profundos de su personalidad, pero el poema no es una mera transcripción notarial con carácter biográfico: tiene que ver, más que con revelar, con desvelar esas claves personales que justifican su actitud vital. En este proceso de desvelamiento, sin embargo, no podemos olvidar la técnica, que siempre debe estar al servicio de la sensibilidad, y no a la inversa, como ocurre en aquellos poetas que se enredan en florituras verbales carentes, en muchos casos, de sentido.

Sobre ello ha escrito esclarecedoras páginas Juan Francisco Quevedo en el libro Pensamiento, palabra y poesía (Septentrión, 2018), del que entresaco este fragmento:

«[U]na vez que se llega al conocimiento desde la lectura, hay dos factores esenciales, inspiración y trabajo. La primera se tiene o no se tiene; de hecho, he conocido poetas sin ella que, por mucho oficio y trabajo que le han dedicado, nunca han llegado al poema. Y viceversa, poetas que lo fían todo a la inspiración y luego no acaban nunca el poema pues lo abandonan sin más, tal y como les llega. La una sin la otra no hace al poema. Inspiración y trabajo son indispensables».

La razón última de esto es acaso que toda escritura debe nacer de una necesidad interior, ser eco de una voz profunda, y conseguir que ese eco se traslade a la página con personalidad propia, aunque sea este un asunto endiabladamente complicado. El objetivo principal para un poeta es conquistar su propia voz, esa manera de escribir que le hace único, inconfundible, esa voz que le permite expresar con plenitud tanto sus sentimientos como su visión personal del mundo que le rodea, pero esta no es una tarea fácil, ya que todo poeta es, antes que poeta, lector, y no resulta improbable que el poso de esas lecturas se vaya filtrando en la propia escritura. Juan Francisco Quevedo lo ha conseguido con creces. Cualquiera que haya leído alguna de sus obras reconocerá un estilo personal fácilmente identificable.

Juan Francisco Quevedo, como hemos dicho, poeta, novelista, memorialista y crítico de poesía, ha sabido imprimir a cada uno de estos géneros ―manejando con destreza los registros de cada uno de ellos― su particular forma de entender la vida, y lo hace con sus mejores armas, con un lenguaje terso, sereno, fluido, reflexivo y lúcido; un lenguaje, en definitiva, con un mismo tono íntimo y confesional, con todas las reservas que a este término hemos puesto más arriba, porque, aunque no elude la presencia de lo biográfico en sus poemas, antes al contrario, busca, con esa especie de desnudamiento emocional, la complicidad del lector a través de una claridad innata, sin los afeites de la retórica, en toda escritura hay una dosis ineludible de ficción, pero esa ficción, esa invención, en definitiva, no presupone falsedad alguna. Hay que tener en cuenta que el poeta no miente, solo inventa la verdad, porque, parafraseando a Antonio Machado, también la verdad se inventa.

Estamos hablando, en fin, de una poesía meditativa caracterizada por una mirada condescendiente y bondadosa, aunque no falten en ella razones para el desencanto, una poesía vitalista, y sentimental, clásica y, a la vez, absolutamente contemporánea. Como diría el poeta Carlos Marzal, es una poesía temporalista, «porque trata con hondura del tiempo del hombre que la escribe y pertenece también al tiempo del lector en cualquier tiempo que la lea». Con todo, lo que más caracteriza su poesía es la falta de altisonancia, la sordina y el tono nada enfático que ha sabido imprimir en su voz.  En estos versos conviven armónicamente el gozo de la contemplación con la meditación que esta provoca, las sensaciones que aportan los sentidos con la reflexión de orden metapoético y temporal («Busco la palabra precisa/ que ingrávida flota en el marco/ de la tersa piel de la patria») con la crítica moral y social.

Una mirada a este nuestro tiempo es un libro eminentemente hímnico, como constata la declaración inicial que resumo en estos versos: «El tiempo en el que vivo, el que siempre quise vivir,/ fue el nuestro, el de los dos, el de los cuatro,/ el de los dos, el de los que hayan de venir». Pero no elude ―lo subrayo de nuevo― la parte más dramática y sombría de la vida: el dolor («Vive en pasillos límpidos y estrechos,/ está en el halo sórdido que habita/ en las hirientes y ásperas miradas/ de tristes ojos yendo hacia el vacío», escribe) y la muerte, porque forman parte de la realidad del poeta, pero esa sordina de la que hablaba más arriba hace que el poeta escriba desde la mesura, con delicadeza no exenta de precisión. Al fin al cabo, en lo real conviven sin fisuras lo bello y lo terrible.

Las correspondencias entre las cosas y los seres son inacabables y Juan Francisco Quevedo sabe sacarles partido poéticamente. Sus tres secciones, con títulos esclarecedores, abundan en lo dicho: «Amor, dolor y poesía» es la primera. «Tierra, polvo, luz», la segunda, más vinculada esta a la rememoración del pasado, a la búsqueda de sus raíces, a la expresión del afecto: «Enséñame, madre, la luz/ que surge del alba e ilumina/ la húmeda escarcha de mi infancia», escribe en el conmovedor poema dedicado a su madre.

La última parte del libro, «Pensamiento y palabra» guarda muchas similitudes con la precedente, porque los recuerdos de la infancia y los sueños que en dicha etapa de la vida se engendran ocupan muchos de los poemas. Toda mirada retrospectiva tiene un alto componente de nostalgia, pero el enfoque de nuestro autor, aun sin prescindir de ella, está tintado por un componente que la transforma: la conmiseración.

Estamos, por tanto, ante un libro que emociona desde el primer poema por la lucidez con la que el autor contempla el mundo que le rodea, por la manera en la que eleva lo cotidiano a la categoría de universal, lo efímero del día a día en realidad sub specie aeternitatis, porque todo lo que escribe, gracias a un lenguaje cercano a lo coloquial, nos suena a verdadero, a algo propio. No hay impostura ni grandilocuencia en sus poemas, y eso lo agradece el lector con el que, como ya hemos avanzado, establece un alto grado de empatía, de complicidad. Frente a lo efímero de la vida, quedará la palabra, en manos de Juan Francisco Quevedo, dotada de una verdad que la ayuda a permanecer en la memoria de sus lectores.

 

Carlos Alcorta


 

RESEÑA DE JESÚS CÁRDENAS (REVISTA ÍTACA) 

LA MEJOR VERSIÓN

 

Hay un sector que irreflexivamente rechazan la lectura de la poesía, y se escudan en la dificultad. Para ellos este libro de poemas para que desarrollen la comprensión de la vida, para que se armen con mecanismos que penetran en las almas. Una mirada a este tiempo nuestro tiene la virtud de ofrecer palabras con las que es fácil identificarnos, porque rescatan lo vivido.

 

La propuesta poética del escritor de Veracruz afincado en Bielva  (Santander), Juan Francisco Quevedo, se acrecienta en esta segunda entrega lírica, tras El sedal del olvido, (2017) y el paralelismo temporal que supuso la publicación de la antología Este tiempo nuestro (Cuadernos de Humo Treinta y Tres, 2021).

 

Ya desde el título, se deduce que hallaremos en este volumen publicado por la editorial Libros del Aire reflexiones que surgen de lo vivido. El poema se ancla en la raíz, en la intimidad del sujeto que trata de aprehender lo que la realidad, en numerosas ocasiones, tarda en desvelarnos. De acuerdo con su descripción “poética” dada en Cuadernos de Humo, “el poema hay que elaborarlo, con autenticidad y belleza desde la emoción”. Si la esencia del ser es vivir, las palabras sirven para rescatar lo vivido, plasmar huellas en el fluir inexorable y hallar la mejor versión real, descargadas del anecdotario, de un modo transparente. “La poesía  –según  su prologuista, García Martín– se convierte así en el mejor aliado de la memoria”.

 

Los motivos tratados en Una mirada a este tiempo nuestro no difieren de su entrega anterior: el amor, la muerte, el recuerdo de la infancia y la finitud de la vida. Aunque hay una notable diferencia en el modo de su tratamiento. Su autor sigue ofreciendo un proceso decantador que va a lo esencial de los sentimientos. Tal vez, su voz se muestre más llena de verdad y con un tratamiento del verso más contenido y evocador. Con todo, la poesía de Quevedo genera un discurso humanístico tan lúcido como cercano.

 

Como sabemos de los Siglo de Oro, el amor es el único mecanismo que nos salva. A él nos dedicamos en cuerpo y alma. Cuando somos desposeídos de él, damos otro valor. Así, vemos en el poema inicial de la primera serie del primero de los tres bloques en que se articula el libro: “El tiempo que vivo, el que siempre quise vivir, / fue el nuestro, el de los dos, el de los cuatro, / el de los dos, el de los que hayan de venir. / No necesito otro tiempo ni más tiempo que el vuestro”. El sentido del amor experimentado sigue latiendo con fuerza: “El amor que me asalta, que siento, sobrepasa / las estrecheces que lo albergan y lo contienen” (“Rompientes”); sin él, “pasan los días como un denso légamo” (“Pagaré”); y la vida “ese mar de dudas / y vacilaciones”, “un mortal de disparo”, dejando al hombre perdido, abatido: “Ya no somos más que dos cuerpos yertos / que se desvanecen sobre el asfalto” (“Rastro”). Tras estos poemas, es imposible no tener los sentidos en alerta. El señor Quevedo ya nos ha ganado, somos sus cómplices.

 

En esta primera sección “Amor, dolor y poesía”, que corresponde a los tres motivos temáticos que va entrecruzando Quevedo con maestría aunque formen divisiones. Así, comprobamos el empleo de la destilación efectuada en los poemas amorosos, espigando palabras del idioma. Se dedica esta tercera serie a hablarnos de la necesidad de la escritura, y textos como “Dandy” prueban el aliento de Antonio Machado, así como la toma de postura que difiere de Baudelaire o Pessoa.  En “Dandy” se leen estos versos sobre su honestidad en la escritura: “Yo no vivo, tengo esa suerte, / de lo que escribo, pero digo / que es por escribir por lo que vivo; lo hago sin fingida impostura”. En otros, la cercanía de Juan Ramón que conecta con la poesía mística española “La palabra precisa”, “Dar en la diana” o “Exactitud”, donde desconfía de su abismo o abstracción: “Las palabras son, aún sin venderse, / las meretrices de la humanidad / y el mundo tan solo es, al fin y al cabo, / el gran prostíbulo que las acoge”.

 

Destella en el segundo apartado, “Tierra, polvo y luz”, la dicha en otro tiempo. Ante el abismo de nuestro tiempo estamos casi obligados a retroceder en busca de la serenidad que nos fue arrebatada. Quevedo encuentra esa reverberación en poemas que enraízan con la identidad del poeta. La nostalgia de otro tiempo vivido late con fuerza en el extenso poema titulado “Tierra” que concluye “Nací en una tierra que siempre late / en el gran corazón que la sustenta”. Y que podría asociarse con estos versos de “Raíz”: “Es el triunfo del polvo del camino, / de la tierra que nos mancha las botas, / la misma que nos ensambla a la vida”. Y este otro con los familiares añorados, así en “Madre”: “Duerme, madre, en la voz tenue / de unos versos que te reclaman, / en el ensueño de quien te ama”. El tiempo pretérito amoroso figura con un fondo marítimo, en poemas como “Colgado a tu brazo”, “Orilla” y “Oportunidad”. La capacidad formal de Juan Francisco Quevedo a la hora de abordar el poema lo convierte en directo deudor de la lírica tradicional: décimas, sonetos, tercetos… Todo un repertorio de convenciones poéticas que podría acabar en sí mismas solo en un deslumbrante ejercicio técnico si no fuera por su voluntad de transparentar el sentimiento, generar una reflexión.

 

Curiosamente, los poemas más sombríos pertenecen al último apartado, “Pensamiento y palabra”. El poeta se contempla y el tono deviene en reflexivo. Trascienden de la cotidianidad íntima estos poemas por la sensibilidad que muestran, por el sutil desconcierto del hombre urbano que busca la razón por la cual vivimos de espaldas a muestra propia naturaleza, que busca reconciliarse con la belleza de lo que nos rodea, retomar su sentido; por su conciencia del lenguaje también se muestra tan grave como delicado, aunque en ocasiones reprocha al hombre la pérdida de conciencia, en poemas como “Ayer, en las cloacas de mi ciudad”: “Deambulando, sin más, por las tristes aceras / del alma, he reconocido, cuán salamandra, / la resbaladiza oportunidad de ser hombre”; que conecta con el siguiente “Un inmenso mercado”: “Algo le ocurre a ese ser descreído en el tiempo. // Una fuerza le empuja a dar unos pasos más / hacia el precipicio angosto del escepticismo”. En la serie “Entre las ruinas del alma”, “Injusticia”, “Peonzas”, “Simplicidad”, “La caverna” o “Pagaré” el discurso poético se alía a la reflexión filosófica. El sujeto reacciona contra algunos males que el individuo ha absorbido de una sociedad enfermiza. El desencanto alumbra lucidez en diversos poemas, como en “Devenir”: “Se sume en el olvido / como se disipa la vida, / mientras desaparece / por las entrañas de la tierra”. Ya sabe que los errores cometidos en el presente tienen su simiente en el pasado. A otro tiempo irreal se llega mediante la memoria o el sueño. Tal vez, por este motivo nuestro poeta persigue el recuerdo de días más sencillos dedicándose a revitalizarlos. A este propósito, léase el hermoso final que nos tenía reservados con “El quiosco de la esquina”.

En Una mirada a este tiempo nuestro tenemos un confidente. Juan Francisco Quevedo nos dice verdades a la cara, aunque algunas de ellas sean dolorosas. Practica con solvencia el poeta afincado en Bielva una poesía intimista, pero sobre todo humana. Se muestra íntimo expresando sentimientos y mediante la transmisión de sus ideas nos ayudan a entender perspicazmente lo esencial. En sus versos se dilucida no solo otro tiempo, sino que nos previene de un futuro en el que no deberíamos sucumbir. Deducimos su reacción rebelde, una conciencia que se resiste a aceptar la violencia y la imposición. Se vislumbra, al cabo, el sesgo moral del hecho poético. Contención, transparencia y lucidez son tres cualidades de su poesía.

 Jesús Cárdenas


Juan Francisco Quevedo, el escritor

Y el hombre.

(Julio González Alonso)

 

Juan Francisco Quevedo, el escritor cántabro que nacía en México en 1959, atesora en su haber títulos de narrativa como “Ana en el mes de julio” (2014) y “Querida princesa” (2016). De espléndida escritura, sus obras aparecen consistentes y bien documentadas para entreabrirnos las puertas de la historia con interés y amenidad adentrándose en la psicología de sus personajes y descubrirnos, de manera muy galdosiana, la complejidad hermosa de un mundo y su tiempo y enamorarnos de la vida.

Pero si en la narrativa y como articulista y ensayista los trabajos de Juan Fco. Quevedo se nos antojan interesantes y próximos, de contagiosa inquietud que despiertan los deseos de conocer y saber, sus incursiones en el campo de la poesía nos acercan con la naturalidad de un lenguaje limpio y desvestido de complicados y oscuros artificios a la naturaleza que rodea al poeta y al poeta en sus interioridades, aquellas que se emocionan y vibran con gratitud ante el regalo abundante de la misma existencia.

En 2017 dará a la luz los versos de “El sedal del olvido” y su andadura no pudo ser más feliz. Tras su dedicación a otros trabajos, artículos y ensayos, volverá a los versos para dejarnos una breve antología y participar en varios trabajos colectivos juntos a otros autores. Recientemente, en estos últimos meses de 2021, dos obras singulares han venido a sumarse a la fecunda producción poética de Juan Fco. Quevedo; me refiero  a la publicación de “Este tiempo nuestro” que aparece en la colección “Cuadernos de humo”, y el libro “Una mirada a este tiempo nuestro” (Libros del Aire, noviembre 2021): ambos, cuaderno y libro, ilustrados por el autor que viene así a agregar la faceta de dibujante y pintor al arte de hacer versos.

Leyendo la poesía de Juan Fco. Quevedo y después de disfrutar el prólogo de Jose Luis García Martín en “Una mirada a este tiempo nuestro”, debo decir que mis impresiones no podrían ser más coincidentes con las del prologuista, sobre todo cuando concluye que éste es “un libro para amigos”, porque –asegura- “aunque no vaya destinado en exclusividad a ellos, resulta imposible no considerarse amigo suyo después de haberlo leído”.

Y es que la poesía de J. F. Quevedo, que va madurando y serenándose, brota del corazón del hombre bueno que, con sencilla humildad, enciende la luz de la mirada personal y humana para dejarnos ver y ser conscientes del paso del tiempo y la belleza reflejada en ese espejo de agua que es el río de nuestra vida. El paso del agua, a veces calmada, a veces corriendo en agitadas torrenteras, nos invita a contemplar e interiorizar los paisajes amables de rumorosas choperas, los campos cultivados de buenos sentimientos; pero también, en breves y deslumbrantes ráfagas, los peligros, las injusticias y las consecuencias indeseables de muchas de las actuaciones humanas.

De una poesía así y de hombres así estamos necesitados; de esa naturaleza indulgente y afable que descubrí leyendo “Querida princesa” y que me llevó a escribir estar convencido de que “detrás de la obra no solamente hay un buen autor, sino también un buen hombre al que supongo una gran honestidad intelectual y un sentimiento acendrado de amor a su tierra y a su país”. Fiel a los suyos y de inquebrantable fidelidad humana, a lo que los humanos representan con sus pasiones, servidumbres y gloria, y de los que nos descubre su cara y cruz. Y así, la escritura total de Juan Francisco Quevedo ha venido para quedarse y ya estará para siempre a nuestro lado.

Julio González Alonso


TIEMPO Y CONFESIONES (El Imparcial)

(Miguel Ángel Gómez)

 

Las palabras nos hacen estar firmes incluso ante el viento cuando sopla. El tiempo fluye y pretendemos que “la vida hogareña sea pacífica y serena” (Henry Miller

Los poetas juegan con la literatura una partida de ajedrez alguna noche. Lo que pasa en la calle desea ser descrito con una especie de rareza mecánica. Desde hace algún tiempo, la poesía goza de popularidad que hace que la veamos en movimiento. Hay poetas que escriben al amparo de una sonrisa plena de confianza. Otros invierten la totalidad de sus sentidos en el proceso.

Juan Francisco Quevedo en Una mirada a este tiempo nuestro (Libros del aire) se nos muestra como un poeta que gusta de no apartar la vista de un rostro asombrado; en sus versos nos hace encontrar la sensación de brotar en el espacio, como un globo que, en el circo, se escapa de la mano de un niño. Hay en su libro memoria y corazón, flores eléctricas que brillan y se desvanecen alternativamente sobre la húmeda y sofocante calzada.

Los títulos de cada una de las partes –“Amor, dolor y poesía”. “Tierra, polvo y luz”, “Pensamiento y palabra”- son versos auténticos que poder enfocar desde diferentes ángulos. ¿De qué nos habla? De la verdad que nos hiere y nos llena de confusión, de recuerdos a gran escala, del sueño eterno que viven los amantes que mantienen una actitud digna. Los poemas -o fragmentos algunos como armonías de violín- están formados por piezas que parecen cubiertas de fotografías: “Nos pasamos los días esquivándolo”, comienza uno de ellos. Y sigue con “Tarde o temprano, / el carrusel de la existencia acaba atropellándonos”. Esta poesía es un edificio alto donde permanecer un rato en silencio.

Se alternan poemas breves con madurez de propósito y sin rasgos de espontaneidad con otros largos con una intensidad perseverante. Es este último caso el de “Paseando con Juliette Binoche sobre el Pont Neuf”: “El cielo ardiente de París abriga / las fastuosas y alentadoras quimeras / que, con su irisada y cauta luz, iluminan / los sueños de los jóvenes amantes”, para concluir: “¡Ah, viejo París! Siempre renovando la ilusión perdida de los amantes / y el encanto maldito de los poetas”.

En los poemas de Juan Francisco Quevedo hay aforismos que no están caldeados por profundas banalidades: “La playa es un tejido de partículas”, “La verja hacia el olvido espera abierta”, “Dulce y salada lágrima emergente que lenta surcas una faz querida”, “Nunca fui un dandy literario, ni un literato sin dandy”, “El amor. Ese insólito lugar donde reside la pura verdad”.

Los poemas amplían su temática como si hubiesen estado esperando alguna señal, como en “La mirada de los muertos”, “Arañando la tierra”, o “Murnau”. Prescinde Juan Francisco Quevedo de retoricismos. La injusticia del mundo no nos deja alcanzar un grado de tranquilidad, parece decirnos. El poema “Madre” nos trae la corriente de sus pensamientos. Flota en el aire una imperiosa emoción con “la brisa que viene de poniente y mueve / los hilos que cruzan mis labios”. El mundo recobrado es una súplica para poder desentrañar la vida. Pueden servir de ejemplo estos versos: “Tráeme, madre, el sonido / profundo y antiguo de la tierra, / la llama que nunca se extingue”. A ratos Juan Francisco Quevedo parece volver a la tristeza, que es como humo que se cuela en la sala, aunque nadie se marcha de momento. Sorprende el poema “El resplandor de la hoguera”, que nos recuerda a la mejor poesía de Eugénio de Andrade: “Las quinas viejas / que asomaban por la pared / miraban con resignación / el resplandor de la hoguera. / Después, un cubo de agua / daba cumplida cuenta / de los últimos rescoldos. / Se sacaba las gafas del bolsillo / y se iba a quitar las malas hierbas”.

Juan Francisco Quevedo ha escrito un puñado de poemas que reparan en siluetas cercanas que se siguen aproximando a él, palmo a palmo. Publicó su primera novela, Ana en el mes de julio en 2014. Sus poemas iniciales vieron luz en El sedal del olvido, 2017. Encontró su voz -lejos de los juegos de palabras imposibles- en la inspiración del momento y en los comentarios periodísticos que no oscilaban como sauces jóvenes ante el viento. Los poemas familiares, la contemplación de la bahía cuando no hay que esperar más, son otras de las habilidades de Juan Francisco Quevedo. Apacible mañana de verdor, arcos de piedra que nos dan un espectáculo: “Marcas del tiempo en las pétreas moles / desafían altivas a los siglos. / Se erigen como celosos guardianes / de la substancia y memoria de su pueblo”. En este libro tan de Juan Francisco Quevedo destacan un tanto los poemas “El quiosco de la esquina” e “Incansables”. Es un poeta del tiempo y las confesiones, de ideas que se adecúan a las mil maravillas con su actitud pulcra y bienintencionada y nos invitan a dejarnos llevar por la “fuerza del impulso y el deseo, arrinconando a la costumbre”.

Miguel Ángel Gómez

 


Reseña de Javier Gallego del libro de Juan Francisco Quevedo “Una mirada a este tiempo nuestro”. Libros de Aire. Poesía

 

Juan Francisco Quevedo es un “escritor cántabro nacido en México”. Es un escritor de publicación tardía, en 2014 publicó su primera novela, Ana en el mes de julio y luego Querida princesa (2016). Seguidamente ha realizado biografías del periodista y escritor José Simón Cabarga (2018) y del pintor Pedro Sobrado (2020). En cuanto al ensayo, Pensamiento, palabra y poesía (2018), Cincuenta años de la Peña Bolística Riotuerto (2019). Su primer libro de poemas fue El sedal del olvido (2017), aunque poemas suyos han sido traducidos al inglés y han participado en diversos libros conjuntos. Podemos conocer una antología poética en la colección Torre de la Vega del Aula Poética José Luis Hidalgo y una brevísima panorámica en Cuadernos de Humo, al cuidado de Hilario Barrero. Un amigo común, José Luis García Martín, se encarga del atinado prólogo que podría resumirse en la apreciación de que “sus versos aúnan celebración y alegría”. Y efectivamente, esos son los ingredientes básicos a los que se une el sufrimiento y una preocupación sincera sobre el paso del tiempo y la finitud de la vida.

El volumen se divide en tres áreas temáticas, que, a su vez, desgranan los conceptos alrededor de los cuales se agrupan los poemas. La primera parte es Amor, Dolor Y Poesía, porque son, esencialmente, esos los temas básicos que encontramos en los versos que nos abren un corazón en el que cabe el amor (“Debo tanto a la incólume fuerza del impulso / y el deseo arrinconando a la costumbre, / que creo no haber dejado de besarla / al menos una vez al día, / desde aquella lejana tarde / de un lejano año / que se pierde entre las sombras / de más de cuarenta primaveras”, No son solo palabras). La exigencia poética de no dejar sin destilar los afectos para traducirlos a versos hacen mella en varias ocasiones: “Si tuviera las palabras precisas / lanzaría al cielo un tapiz de letras / para hilvanar una lengua encendida” (El rojo de tus labios). Por esa razón la descripción del sentimiento amoroso juega y se escabulle entre los intentos de definición y las sucesivas metamorfosis al cabo de los años: “Nunca la espera de unos labios / que lloran la ausencia y la pena / de los besos aún por darte” (Polvo y ceniza); “El amor que me asalta, que siento, sobrepasa / las estrecheces que lo albergan y lo contienen”.

El paso del tiempo va dejando escrito en la memoria que se define claramente en los momentos de reflexión ante la muerte: “Se van quedando atrás, ocultas en el recuerdo, / como esos enseres, perdidos e inanimados, / a los que la costumbre de nunca distinguirlos, / les ha vuelto invisibles a nuestros ojos. / Sin embargo, sabemos que están ahí, mirándonos, / mientras la soledad cotidiana nos embriaga” (La mirada de los muertos). La vista atrás deja más evidente los cambios y la perplejidad es la que se apodera de la reflexión: “Era más feliz de joven cuando, / creyendo saberlo todo, / ignoraba la herida / que el pasado cincela en el hombre” (Yo solo sé que no sé nada).

Sin embargo, para Juan Francisco Quevedo, parece que el amor es quien da sentido a toda la perplejidad, tomando plena conciencia de esta y aventurando un posible porvenir: “Te perdí, nos perdimos para siempre / en el paisaje de ese mar de dudas /y vacilaciones que es la vida” (Vacilaciones). Sentencia en Pagaré: “La vida no es sino un mortal disparo / que se despacha como un pagaré: / Sin fecha concreta de vencimiento” y en Rastro: “Ya no somos más que dos cuerpos yertos / que se desvanecen sobre el asfalto”.

La poesía es el método por el que el escritor se enfrenta a la comprensión del mundo porque:”Yo no vivo, tengo esa suerte, / de lo que escribo, pero digo  / que es por escribir por lo que vivo” (Dandy). Aunque este es un poeta que desconfía sabiamente del hechizo que pueden albergar: “Las palabras son, aún sin venderse, / las meretrices de la humanidad / y el mundo tan solo es, al fin y al cabo, / el gran prostíbulo que las acoge” (Exactitud).

Tierra, Polvo Y Luz es el título de la segunda sección, en la que la preocupación por la muerte cobra más sentido, y se hace más enraizada, literalmente: “Es el triunfo del polvo del camino, / de la tierra que nos mancha las botas, / la misma que nos ensambla a la vida” (Raíz); “Nací en una tierra que siempre late / en el gran corazón que la sustenta” (Tierra). Encontramos una conexión con los allegados, con la familia, es el momento de añoranzas y nostalgias familiares, la escuela, la infancia, la tía… la madre: “Duerme, madre, en la voz tenue / de unos versos que te reclaman, / en el ensueño de quien te ama” (Madre). Persevera en considerar el amor como el crisol para entender y dar sentido a la experiencia: “El amor. Ese insólito lugar / donde reside la pura verdad” (Inertes).

La última parte, Pensamiento y Palabra, quizás tenga un tinte algo más sombrío, no solo por un carácter quizás más reflexivo, casi filosófico, sino por esa querencia, tan barroca por otra parte, de hacer balance de lo que el tiempo y la muerte se va llevando: “Deambulando, sin más, por las tristes aceras / del alma, he reconocido, cuan salamandra, / la resbaladiza oportunidad de ser hombre” (Ayer, en las cloacas de mi ciudad). El homo viator, el viaje como metáfora otorga una cualidad de clarividencia que solo la reflexión y no la costumbre ofrecen al poeta: “Una fuerza le empuja a dar unos pasos más / hacia el precipicio angosto del escepticismo” (Un inmenso mercado).

Sale a flote una rabia, un sentimiento de no sometimiento y de contestación: “Parapetados bajo las cenizas, / Obvian las caricias de las palabras / que se revelan con sinceridad, // aquellas que solo agitan a seres / carnales, a hombres heridos de vida, / a los que salvaguardan de la muerte” (Entre las ruinas del alma); “Cuántas son las veces que estoy pensando / en acuchillar este que es mi tiempo” (Matar el tiempo). El uso del imperativo, primero hacia uno mismo y después hacia afuera son ejemplos de esa resistencia hacia lo inevitable: “Desnudad los cuerpos ingrávidos / para rotar como peonzas /rendidos a un destino eterno: / Girad, girad, girad, mortales / alrededor de la batuta / que orquesta y rige el devenir / tedioso e impasible del mundo” (Peonzas).

En Juan Francisco Quevedo encontramos la palabra esperada, el adjetivo preciso, sin sobresaltos sin surrealismos, convencional en el mejor sentido de la palabra: “¿Adónde fueron aquellas mentiras, / adonde aquellas verdades piadosas / que provocaban tan claras sonrisas / en nuestras limpias caras aniñadas?” (Verdades piadosas). Pueblan estos últimos poemas la soledad, decepción, lucidez: “Se sume en el olvido / como se disipa la vida, / mientras desaparece / por las entrañas de la tierra” (Devenir).

A pesar de la luminosidad de los primeros poemas del volumen, cierra esta entrega poética con una serena aceptación: “La vida no es más que una / marcha de instantes que, / en fila india y en silencio, / nos llevan a la muerte. // Una hilera de esquelas / aguardando la nuestra” (Esquelas). Sin embargo, por encima de todo, un resquicio de esperanza porque “A pesar de que cambiamos de cielo, / nunca conseguiremos mudar de alma” (Invariable). Termina el libro con una hermosa mirada al pasado, el recuerdo que dedica a los tiempos más sencillos de la niñez:

“No, nunca nada volvió a ser tan fácil

como cuando descargábamos nuestra furia

–en el patio del colegio–

golpeando un balón de cuero

contra el paredón de la vida” (El quiosco de la esquina)


El sedal del olvido (2017)



El sedal del olvido (2017)

 


Presentación en el Ateneo de Santander de El sedal del olvido


 EL SEDAL DEL OLVIDO

 

En los cafés de todas las ciudades,

en las aceras y hasta en las esquinas

que llevaban a calles sin salida,

te sabía más allá del deseo.

 

En cualquier espejo de cualquier lugar,

intuía en un reflejo borroso

tu suave silueta de muchacha

pálida, junto a la gabardina beige

que en Santiago lucías en invierno.

 

La lluvia y el frío aún eran clementes

con los dos jóvenes enamorados;

las torpes tormentas de la memoria

se escurrían, sin calar, por el manto

que envolvía aquella dulce juventud:

Los embates del sedal del olvido         no traspasaban nuestra frágil edad.



Presentación de El sedal del olvido en Galicia (Casa da Luz-Pontevedra)


Traducción de algunos poemas al inglés de El sedal del olvido. Aparecieron en la revista que edita anualmente la Universidad de Princeton, Inventory.


Fotos de las presentaciones en Madrid, Santander, Galicia...


PRENSA Y CRÍTICA


Pensamiento, palabra y poesía (2018)                                         (Reedición revisada 2022)

PRÓLOGO

 

LA POESÍA COMO REFUGIO Y BÁLSAMO

HILARIO BARRERO

 

         El ensayo de Juan Francisco Quevedo está construido con materiales sólidos, nobles y se levanta como un edificio de tres plantas: el pensamiento que va a la cabeza, la facultad de razonar; en el medio la palabra, la facultad de crear, el latido del corazón y en la base la suma de la razón y el corazón: la poesía. En él conviven dos universos: la poesía en general y una incursión en su propia poesía.

El poeta sabe que el pensamiento, como dice Wallace Stevens, juega un papel importante en crear un mundo poético:

Tiene que estar vivo, aprender el habla del lugar. / Tiene que dar cara a los hombres de su tiempo y conocer / a las mujeres de su tiempo. Tiene que pensar en la guerra / y tiene que encontrar lo que baste. Tiene que construir un nuevo escenario.

La razón busca la verdad, pero el corazón sabe que la verdad es la esperanza y existe una lucha entre las dos y esa lucha es lo que llamamos poesía. Una poesía que nos tizne, que nos emocione y nos haga un nudo en la garganta. Que nos diga la verdad del poeta, aunque sea una mentira.

         Juan Francisco Quevedo, novelista, poeta y hombre que está al corriente de fórmulas mágicas, del sabor del amor y de la muerte, de los ingredientes de la infancia, de las drogas de la vida, sabe alternar el mundo de la novela y el de la poesía sin olvidar el olor del azufre o del alcohol alcanforado e intentar cómo elaborar oro de 24 quilates…

         Este bagaje profesional y humano le ha dado autoridad para escribir un ensayo sobre un tema escurridizo donde se puede caer en el tópico y resbalar. Pero con la emoción y la sinceridad del poeta nos encontramos con un texto (para ser leído) de aire didáctico, buscando la complicidad y las repuestas del lector,  con un estilo coloquial, directo, sentido y emocionado. Juan Francisco Quevedo ha escrito una poética propia de lectura ágil y brillante, lectura que abarca desde Grecia, los albores del Medioevo, el Cancionero de Baena, los versos populares de un barbero, un jocoso Lope de Sosa, la presencia de Cervantes, Góngora y poetas contemporáneos.

         El ensayista no solo sabe leer la receta enredada de las cientos de fórmulas en las que la poesía viene escrita, también predica con el ejemplo. Y así en el prólogo de El sedal del olvido, su último libro de poesía, nos da algunas claves para entender y sumergimos de cabeza en el ensayo.

La poesía actúa como una tabla de salvación que te redime del sufrimiento, aunque utilice el dolor como arma inevitable. En ocasiones, también es capaz de mostrar su júbilo antes las pequeñas alegrías cotidianas.

Para Juan Francisco Quevedo la poesía es su religión, le fortalece y le rescata de esa ciénaga del dolor a la que uno se expone constantemente.

          Uno, al leer este ensayo, comprende todavía mucho mejor el libro de JFQ y su poesía le llega más y le reconforta. Porque El sedal del olvido es un claro ejemplo de tradición, de musicalidad, de poemas con endecasílabos modelos, encabalgamientos que, como una ola, hacen mover el poema y al lector. Es una cuerda fina que ata por un extremo al anzuelo de la emoción y por el otro a la caña de pescar sueños y emociones. Y al acabar de leer el libro se nos queda enredado el anzuelo de la poesía y del recuerdo. Y nos quedamos enganchados para siempre en el sedal de la esperanza.

         Una conferencia que es una historia de la poesía en general y de la poesía de JFQ, una poética que fija los límites de la belleza (que los tiene), un texto que realza la mirada como vehículo salvador. En definitiva el pensamiento controla, el corazón echa leña al fuego de la palabra y así surge lo que se llama poema, que es herida, fuego, puñalada, vida, muerte y esperanza: que es una tabla de salvación que nos ayuda a seguir viviendo.

 

Hilario Barrero


Prensa y fotos


CUADERNOS DE HUMO 33: ESTE TIEMPO NUESTRO (2021)*

* Copiar y pegar para descargar en pdf: https://poesiaparavivir.files.wordpress.com/2021/09/estetiemponuestrofinal-2.pdf

 

 

HILARIO BARRERO

 

SI El sedal del olvido, el último libro de poesía de Juan Francisco Quevedo estaba hecho con pólvora enamorada, sedal de plata y poesía de verdad, su obra polifacética está construida con honestidad e integridad en la prosa, lealtad a la poesía y dedicación a la vida. Su poesía rescata historias, momentos, vidas, es “un refugio y un bálsamo ante las pérdidas inevitables, ante la enfermedad, ante los desasosiegos y desilusiones”. Leer al poeta es entrar en el reino de la emoción, donde el hielo arde el sentimiento y el fuego le da vida a la razón.

                Este nuestro tiempo recoge poemas, prosa y dibujos, (así como una entrevista) que nos dan una visión de la obra de Juan Francisco Quevedo. Una muestra luminosa que enriquece la trayectoria de Cuadernos de humo.

                Entren en este tiempo de Juan Francisco que es también nuestro tiempo, sientan el fogonazo del amor, el ruido del mar, la fuerza de la familia, la luz melancólica de la ciudad y la nostalgia de sus dibujos.

 

                Para celebrar que el nacimiento de un niño ha enriquecido la familia Quevedo y ha hecho abuelo al escritor se edita este Cuaderno de humo en el mismo país donde nació y crece el nieto. Que sirva de recuerdo.


Dibujos-Prensa


Reseña de Javier Gallego de ‘Este tiempo nuestro’. Cuadernos de Humo. 33

 

Al cuidado de Hilario Barrero, Este tiempo nuestro, recoge poemas, prosa y dibujos y una entrevista con este escritor cántabro nacido en México, farmacéutico de publicación tardía de novela, ensayo y, por supuesto, poesía. Se estrenó en 2019 con El sedal del óxido y ahora acaba de presentar Una mirada a este tiempo nuestro, del que estas páginas es una suculenta introducción. Aquí podemos acercarnos a sus presupuestos estéticos y éticos: “El poema hay que elaborarlo, con autenticidad y belleza, donde la emoción; si no lleva este componente fundamental, el acto de creación poética puede quedar en un simple ejercicio lingüístico, cuando no matemático” (Poética).

También, por supuesto, asomarnos al mundo interior que lleva al poeta: “Somos volátiles / hojas de un libro escrito / que el azar mueve”. Los sentimientos más intensos del autor en la alegría (“No recuerdo no haberla besado / al menos una vez cada día”, No son solo palabras) y en las penas (“Te vas yendo en tu nombre, / tan lejos que sellas mis labios / a las palabras que tan solo escribo / con el eco del silencio /…/ Me pierdo / en la interna tristeza de la nostalgia / de su alegría”, Tristeza). Como se puede apreciar con mayor nitidez en el volumen de Libros del Aire, conecta la poesía con la reflexión filosófica, un tanto desencantada, pero, sobre todo, lúcida: “El arte de estar solo, / la adorable manía / de contemplar el mundo / sin tamices superfluos” (Simplicidad); “La vida no es sino un mortal disparo / que se despacha como un pagaré: / Sin fecha concreta de vencimiento” (Pagaré).

En los versos se sugiere una visión de la vida en su trascurso que alterna la celebración y la esperanza: “Se difuminan los monstruos sombríos / que tiñen de negro las pesadillas, / que puebla la piel de los desvelados, / como un volátil tatuaje de guerra” (En el silencio). Pero sobre todo, son las huellas que se van quedando en la memoria y en la piel: “Hasta hace poco, / con un mapamundi de cicatrices / bordado a mano, / no supe que existe / –sin desvanecerse entre la neblina, / con el fulgor preciso de un cometa / que brilla siempre–, / en la singular mirada de un hijo” (Esta hora). En estos tiempos inciertos son necesarias las palabras de aliento y consuelo, pero son imprescindibles los poemas que retraten al mundo en su complejidad y desánimo: “Me busco tenazmente en las palabras. /…/ Te perdí, nos perdimos para siempre”.

De su faceta como ensayista, Cuadernos de Humo rescata un breve artículo, ¿La genialidad de la obra artística exculpa al hombre? En el que se plantea, a partir de la figura de  Benvenuto Cellini, el genio versus canalla divino. Y en  Descifrar el tiempo, deja claro que la visión del compromiso ético no debe estar ausente de la escritura: “El arte, y muy especialmente la poesía, siempre debes contribuir a darnos una visión ética del mundo, proclamando la libertad humana por encima de cualquiera otra consideración”.

Termina el número con una entrevista en la que lo escueto puntúa doble por la dificultad de condensar el pensamiento a la respuesta. Quedémonos, sin embargo, con un deseo que compartimos plenamente:

“Que la muerte se aburra de esperarme”

Javier Gallego

 


POEMAS

        NADA FUE IGUAL

 

Cuando se diluye el día y apareces,

a la luz de una pequeña bombilla,

en aquella vieja fotografía,

junto a mí, allá por el setenta y cinco,

no puedo evitar pensar en tu muerte,

pienso en esa última conversación

que nunca tuvimos,

que nunca me atreví a tener contigo.

 

Yo era aún un joven

que eludía la paz de los cementerios,

que se ponía una venda piadosa,

por no enfrentarme a lo que tú sabías.

 

Y después de todo, y al fin y al cabo,

me exime el hecho de poder pensar que

aún era un joven infeliz, pero…

no era tan niño como para olvidar

 

ni tan viejo como para conformarme.

 

 


Fotos-Prensa

Libros publicados


Algunos libros conjuntos