Es muy fácil hablar de Pedro, de Pedro Sobrado, tanto del pintor como del ser humano. Hace más de
cuarenta años, en 1977, dejó escrito lo siguiente: El que ejerce una profesión que ama, no sabe lo que tiene. Y él ha tenido esa inmensa suerte, amar la pintura por encima de cualquier
consideración. Y además para ello le ha sobrado talento e imaginación. En esas mismas fechas escribió que “el que carece de imaginación ha nacido pobre”; él afortunadamente es rico en
ella.
Cuando Carlos Alcorta, amigo entrañable y director de la editorial Septentrión, me propuso escribir la
biografía de Pedro para este nuevo número de la colección, no lo dudé un instante y acepté encantado; no en vano ya admiraba su obra y en un par de ocasiones que había estado en su estudio
siempre me había transmitido esa cercanía y bonhomía que desprende muy acorde con otras palabras suyas de aquel mismo año de 1977: “La moderación es como un sexto sentido”.
Me puse en contacto con él, le expliqué el proyecto y comenzamos una serie de conversaciones que se han
visto plasmadas biográficamente en este libro; así que, sin lugar a dudas, estamos ante una biografía autorizada que, además, va acompañada de un estudio crítico. Yo creo que este libro es una
magnífica oportunidad de conocer tanto al hombre como al artista.
Esto en cuanto a la parte que a mí concierne, luego el libro reúne, además de una importante serie de
fotografías de su obra, donde se hace un recorrido por las diferentes etapas pictóricas, un extenso currículum donde queda reflejada una amplia y variada actividad expositiva. Además diversos
autores realizan un estudio crítico sobre la obra de Sobrado, dejando constancia de la importancia de un artista que ha sabido siempre adaptarse a los tiempos en los que ha vivido, sabiendo
acompasar su paso a ellos para que no le ocurra, como a tantos, que éstos les han desbordado y sobrepasado.
No en vano uno de sus lemas, que siempre lleva como estandarte personal, es “Vivir el momento”.
Una traslación a la actualidad del “carpe diem” horaciano, una inteligente forma de afrontar y caminar por la vida.
Pedro Sobrado siempre ha sabido adaptarse al tiempo y al momento que le tocó vivir, siendo esta
condición uno de sus mayores aciertos a la hora de navegar y plasmar en las telas los diferentes estilos que ha ejercido a lo largo de su carrera, siempre captando en todos ellos el sentir y la
sensibilidad de su tiempo, de cada lapso de tiempo por el que ha transitado. Esto ha hecho de él un pintor que ha sabido renovarse día a día, un artista que, de hecho, continúa renovándose en
cada nueva pincelada.
Pedro Sobrado, como viene siendo habitual en su obra, realiza una inmersión activa en el devenir
cotidiano de la sociedad actual, escrutando con su mirada benévola y sabia el período temporal en el que se desenvuelven aquéllos que son objeto de su curiosidad. El pintor cántabro, nacido en
Tanos, también refleja en sus cuadros como nadie el alma de la mujer occidental de hoy en día; se esfuerza en hacernos llegar el palpitar de la modernidad a través de ella, a través de la
sugerente mirada que el pintor cierne sobre ella. Y lo hace desde la más pura y absoluta cotidianeidad, captándola en su día a día con los instrumentos y las sensaciones que le son
familiares.
Estamos ante un maestro de la complejidad a través de la línea pura. No es fácil llegar a este estilo;
sólo se consigue tras ejercer una labor depurativa en el tiempo, un trabajo en el que se va eliminando todo lo superfluo para quedarnos tan sólo con lo más definitorio.
Pedro Sobrado lo ha logrado tras haber pasado por diferentes etapas creativas, que van desde el
expresionismo a la abstracción, pasando por el impresionismo de sus primeras creaciones. Con el bagaje y las influencias de todas sus experiencias pictóricas ha conseguido plasmar un estilo
propio y absolutamente personal y lo ha hecho a través de la depuración de la línea y de la supresión de lo accesorio, incluido el rostro de sus modelos. Nada tan complejo como esa búsqueda de la
sencillez, nada tan complejo como saber captar en unos trazos la complejidad de lo que nos rodea. En eso, Pedro Sobrado es un auténtico maestro.
Para los que entendemos el arte desde la emoción, Pedro Sobrado nunca defrauda; sus obras destilan
verdad y provocan sensaciones que mueven al espectador hacia la serenidad, hacia ese espacio de sosiego al que sus pinceladas nos llevan.
Con un trazo firme, sobrio y elegante, al que se llega con el talento del genio creativo, Pedro Sobrado
logra transmitir al visitante más despistado y casual vitalidad y alegría por la vida. Su obra nos llena de felicidad y optimismo.
Detrás de la aparente sobriedad del trazo, de la composición de los planos, donde encuentra esa
perspectiva tan personal, está la mano firme y la inspiración de un artista extraordinario, de un pintor consagrado que nos mira desde sus lienzos con la benevolencia de los sabios y con la
humildad de los genios.
Pocos artistas merecen cierta unanimidad a la hora de enfrentarnos a su obra; sin embargo Pedro Sobrado
la suscita y, lo que me parece importante, la suscita tanto por su trabajo como por su personalidad, lo que hace que esté viviendo una etapa en la que está recogiendo el fruto de su genio
artístico y de su sensibilidad privilegiada. En su obra, el artista se desnuda y podemos ver reflejada en ella al hombre, a un hombre que desprende sabiduría y bondad y también a ese hombre que
muestra y comparte un conocimiento profundo y exhaustivo del tiempo en que vive.
Pedro Sobrado y sus lienzos, el hombre y su obra. Ambos nos dan la medida exacta de la trayectoria de uno de los grandes pintores de nuestra tierra y de nuestro tiempo: Pedro Sobrado